Thursday, April 03, 2003

Hace tan sólo una semana desde la última vez que te vi. Hoy me siento en la misma mesa del mismo café de la calle Iturbe; donde te conocí; donde me preguntaste que hacía sola en un lugar tan oscuro. Te sonreí. Hubiera sido muy fácil alargar aquella noche, coger tu mano y llevarte conmigo a algún lugar donde no te oyeran gritar. A fin de cuentas eras uno más entre todos aquellos hombres que a las tres de la mañana sueñan con terminar su caza en un hotel de carretera, bajo unas sabanas ajenas y gastadas por las horas pagadas. Pero aun así, te permití el lujo de vivir, deje que me pagaras una copa y que me deleitaras con tu vida agónica de falsas promesas y gloriosos triunfos inventados. Es sencillo mentir a una desconocida. Ella jamás lo sabrá. Me gustó tu estilo. Aún borracho lo mantuviste, eso me agradó, quizá no eras como los demás y quizá también por eso volví a dejarte vivir. No lo sé. Tus mentiras de príncipe de cuento dieron paso a las verdades y poco a poco me fuiste desvelando tus debilidades. Me dijiste que estudiabas las mentes enfermas, las mentes desviadas de aquellos que como yo no tienen nada. Te miré sorprendida por que me resultaste interesante. Pensé que seria maravilloso que alguien me analizara, que alguien pudiera decirme por que hago lo que hago. Por que me produce tanto placer matar.
Te susurré algo al oído. No recuerdo bien que fue pero aprovechaste mi roce para besarme en los labios como nunca nadie me había besado. Te odie durante breves instantes. Tan sólo unos momentos de lucidez. Tu estilo ingles superaba mi poca cordura y me deje llevar por tus mentiras sin que me importará nada.
Hoy te escribo mi historia. En un papel en blanco y con una suave pluma tan inglesa como tú. En el mismo café donde te vi nacer, donde te deje vivir y donde sé que tras varios minutos de dudas, al levantarme de tu lado y huir de tu delicada figura, me seguiste. Para que lo voy a negar, lo sé. Mis largas piernas y mi sonrisa de diva te viciaron el alma de tal manera, que no pudiste remediar tu curiosidad y te apresuraste a perseguirme por las oscuras calles de un Madrid dormido. Tras mis tacones afilados como colas de escorpiones, te aventuraste a pasear tu borrachera. Te oía detrás de mí. Notaba como te excitaban mis movimientos de caderas y mi frialdad pausada tras un adios repentino en aquel viejo local. Olía tus hormonas más allá de la lluvia. Caía sobre nosotros al compás de un reflejo aleatorio de neones de colores. No estaba dispuesta a darme la vuelta y sorprender tu arrogancia profanada y deje que me siguieras. Deje que averiguaras por ti mismo por que me detuve al oír una voz que salía de uno de los callejones que desembocaban en nosotros. Quise que tus dudas emanaran a la velocidad de la luz cuando deje escapar una sonrisa ante aquel joven rumano tan lleno de vida. Claro que lo viste, claro que te preguntaste que tipo de locura perdura en mi mundo que que hizo que cediera a los encantos de aquel hombre extraño. Por unos breves instantes pensé que te alejarías de mi pero no lo hiciste. Me olvidé de ti unos instantes. Sólo me arrastraba el deseo de abrazar aquel delicado y a la vez fuerte cuerpo entre mis brazos y así lo hice. Pobre joven ¿Verdad? No sabía que su vida se apagaría en el mismo momento que yo le tendiese con una sonrisa mi mano para que me siguiera. Él que creía que su noche acabaría entre gritos de placer bajo el cuerpo de una mujer, no sabía que mi mano le conducía a su placer eterno. Me deleito con ese tipo de inocencia de niño que cree ser el rey de la calle de lo absurdo. Permíteme decirte que mi desviación no se analiza con tus metódicos experimentos. Una mujer inteligente no deja sus telas de araña al alcance de cualquiera, por eso te explico cada instante que viste aquella noche. Honro tu carrera con mi confesión y me deleito de mis actos para que veas que no es el arrepentimiento lo que me impulsa a hacer esto, sino mi propio orgullo.
Soy una mujer elegante, capaz de atraer a cualquier hombre con una sonrisa estúpida y un delicado movimiento de mis manos. Así lo hice. Así fue como me alimente de aquel joven insensato que quizá no superaba los veinticinco años. Le arrastré conmigo invitándote a participar de mi obra, me acerqué a su cuerpo como una araña se acerca a su presa y tras un leve titubeo le obligué a caminar hacia el oscuro callejón. Tu mirabas desde el otro lado de la calle, tu terror me deleito de la misma manera insana que me deleito el movimiento espasmódico del joven rumano cuando luchaba por vivir entre mis dedos. Y que placer más absoluto cuando apreté su cuello e introduje mi veneno a través de una fina aguja que inundó su torrente sanguíneo. ¡Cuánto ansiaba vivir!.
Me abracé al cuerpo que luchaba por vivir entre mis brazos, me apasiona sentir como la vida se les escapa y no pueden hacer nada. Esa mirada oscilante entre el mundo real y la muerte me alimenta cuando mato. Te miré aun abrazada a mi víctima, te invité a disfrutar de mi poder y a formar parte de mi obra de teatro. Te demostré que sabia que estabas allí y que no me importaba el echo de que me vieras hacer lo que hacia. El por qué no te fuiste de allí aterrorizado es un echo que palpé. El por qué decidiste seguirme durante varios días por las frías calles de la ciudad, es algo que me deleitó una vez más. Quizá no seamos tan distintos. Quizá te sedujo excesivamente la forma de ver tan de cerca la muerte. Eras un doctor de la locura siguiendo un perfil femenino demasiado apetitoso para dejarlo escapar.
Te gustó demasiado lo que viste y no dudaste en volver a nuestro mediocre local donde sabias que me encontrarías cada noche, sentada en la misma butaca de terciopelo, escuchando los mismos acordes irregulares y acompasados de la improvisación de algún músico de jazz estilo Roll Morton o King Oliver. Aquella noche un solista tocaba en el pequeño escenario ubicado al fondo del local. Yo me deleitaba con los ritmos acordes del saxofón y tu me observabas desde un rincón de la barra esperando que en un momento de la noche me levantará y desapareciera acompañada de mi próxima víctima. Pero estaba demasiado entretenida con la melodía de aquel hombre de color. Demasiado absorta para todo...